Para la mayoría de las personas, el cambio climático y el calentamiento global son fenómenos globales e inciertos, que están alejados de sus preocupaciones cotidianas. Sin embargo, tienen consecuencias directas sobre la salud y la calidad de vida de las personas. "Los casos de Dengue en Buenos Aires son una clara prueba de esto", dice Joshua Karliner, especialista norteamericano en temas de Salud y Medioambiente y fundador de la ONG "Salud sin Daño". Karliner visita asiduamente la Argentina por su labor en esta organización internacional dedicada a reducir el impacto ambiental de los centros de salud. Su objetivo es transformar los sistemas de sanitarios para hacerlos más eficientes desde el punto de vista energético, y promover la creación de salas de atención primaria más cercanas a la comunidad, para que las personas no tengan que trasladarse y utilizar medios de transporte para poder atenderse.
"Muchos consideran al cambio climático como un tema de la ecología. Y no ven su impacto directo sobre la salud: el traslado de enfermedades tropicales a zonas templadas, afecta cada vez más a poblaciones que nunca habían estado expuestas", señala el experto. Por otra parte, con el calentamiento global se agravan fenómenos que ya existían, como el de la polución. "El aire contaminado, más el calor, potencian los casos de asma. Y el problema es que ninguna estrategia individual para combatirlos será efectiva si no se toman medidas generales como un cambio en los procesos industriales y en los patrones de energía y consumo", advierte Karliner.
Según el experto, el sector salud tiene una gran responsabilidad ambiental por su gran consumo de energía y la generación de enormes cantidades de basura. "Para cambiar estos esquemas hay que enfocarse en el cuidado de la salud primaria mediante salas comunitarias de atención descentralizadas, y dejar de basarse en enormes hospitales dependientes de aparatos de alta tecnología. Asimismo, advierte que "todos los países deberían tener un plan de emergencia climática, que prevea la atención sanitaria en centros móviles que sean autosustentables desde el punto de vista energético".
Prepararse para el cambio
De acuerdo al Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), organismo dependiente de la ONU que recibió en 2007 el premio Nobel de la Paz, los últimos 12 años han sido los más cálidos de la historia. Y la cantidad de gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera, es la mayor en 650 mil millones de años. Aunque existen grupos de interés que intentan minimizar el problema, la evidencia científica es abrumadora: Un equipo de la Universidad Johns Hopkins de los Estados Unidos descubrió que con sólo un 1% de aumento de la desforestación en Perú, aumentó el número de mosquitos transmisores de malaria en un 8%.
Los efectos a mediano plazo del cambio climático son una menor disponibilidad de agua y alimentos en los países pobres, ya que muchos de los cultivos de las zonas subtropicales se volverán inviables con un grado o dos más de temperatura promedio. Por otra parte, se presentarán más casos de diarrea y malnutrición por la escasez de agua potable.
También habrá una incidencia mayor de enfermedades infecciosas transmitidas por vectores, dado que el aumento de la temperatura extiende la etapa reproductora de los mosquitos y permite que se produzcan más generaciones anuales. Los mosquitos pueden transmitir más de 100 virus conocidos a los seres humanos, como los del dengue, la fiebre amarilla o la fiebre hemorrágica.
Determinar y prevenir los efectos del cambio climático en la salud es el próximo gran desafío que se ha propuesto la Organización Mundial de la Salud (OMS). En su informe sobre Cambio Climático y Salud Humana, el organismo internacional estima que este fenómeno ha sido responsable del 2,4% de los casos de diarrea en el mundo y el 6% de los de malaria (o paludismo)."No hay personas sanas en un ambiente enfermo", coinciden los expertos. En este sentido, el cambio climático presenta dos vertientes: una son los eventos climáticos extremos: huracanes, granizo, lluvias torrenciales. El otro son los cambios graduales y lentos, que implican un enorme impacto a nivel de la salud poblacional.
La velocidad en el intercambio geográfico y la movilidad de las personas acelera la propagación de las epidemias. Los vectores de enfermedades infecciosas se han adaptado a las ciudades, y pueden vivir en los barrios periféricos, con malas instalaciones sanitarias y alimentación deficitaria. La malaria, el dengue, la fiebre amarilla y el chagas aumentarán su área de influencia, y también la importancia de sus brotes.Aunque se habla de efectos globales del cambio climático, la realidad es que su impacto es mucho mayor en los países más pobres. "Estamos todos en el mismo barco, pero hay pasajeros de primera y de segunda", grafica Bernardo Kliksberg, asesor del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y co-autor del "índice global de vulnerabilidad al cambio climático ". En el mundo desarrollado, uno de cada 1.500 habitantes fue perjudicado en su vida cotidiana por el calentamiento global: desde cáncer de piel hasta la pérdida de su casa. En el mundo subdesarrollado, la proporción es de 1 cada 19", señala. "Estamos asistiendo a una primera etapa en la que los efectos del cambio climático pegan más fuerte entre los pobres", advierte el especialista. "En una segunda etapa, si no se toman medidas de fondo, el impacto va a ser mayor y nos va a tocar a todos".
María Gabriela Ensinck
Todos podemos hacer algo
Hay medidas que cada persona puede tomar para minimizar el impacto del cambio climático, y que tienen que ver con cambiar los hábitos de consumo. Por ejemplo en el uso de la electricidad: apagar las luces que no se están utilizando, utilizar lamparitas de bajo consumo en lugar de las comunes, no dejar el cargador del celular enchufado cuando no se está usando. Son pequeñas medidas, pero su impacto a nivel masivo es muy importante. También se puede reducir la cantidad de basura que se genera reutilizando los productos y optando por aquellos que están hechos con materiales reciclables.Algunas de las acciones que se toman para reducir la contaminación ambiental, como el uso de la bicicleta en lugar del automóvil, también generan beneficios para la salud, sobre todo a nivel cardiovascular.
Una medida fundamental que no admite dilación es el manejo racional del agua. Si bien en amplias zonas de la Argentina es abundante, no tardará en escasear. El 97,5 % del agua de nuestro planeta es salada. Y buena parte del 2,5 % restante de agua dulce (presente en ríos, lagos y napas subterráneas) está hoy contaminada. Se estima que alrededor del 70-75 % del agua utilizada se destina a las actividades agrícolas, entre 15-20 % a las industriales, y el escaso resto al uso doméstico. Su carencia podría provocar un colapso de la agricultura en varias regiones del planeta. (La Nación)