Extraído de: http://www.mauroyberra.cl/
He notado que es un lugar común de críticos snobs, de profesores infectados por Marcuse, de estudiantes alérgicos al postmodernismo (sobre todo cuando no logran entender de qué trata eso), o de lectores con sentimiento de culpa (ética o política), el pensar que el libro en sí, esa cosa física formada por papel guillotinado, pegamento, hilo y tinta impresa, en suma, el libro como objeto que tenemos en las manos al momento de leer, objeto único y múltiple a la vez, no es la literatura… Hay cierta tendencia a discurrir que se debe diferenciar, para ser correcto, entre el producto comercial (el libro) y su contenido (la obra); lo primero, el material, es despreciable, lo segundo, el espíritu, es lo apreciable. Suena similar a lo que predican las religiones monoteístas contemporáneas: el cuerpo como una envoltura perecible, el alma como lo único “verdadero”, aquello cercano a la divinidad.
Tal especulación un tanto incoherente me vino a la cabeza para explicar como llegué a encontrar ese tesoro narrativo que constituyen los cuentos del italiano Luigi Pirandello (1867-1936), Premio Nóbel en 1934, bien conocido por su obra teatral Seis personajes en busca de autor (1921), un antecedente del teatro del absurdo (Ionesco, Beckett, Genet) y otras vanguardias del siglo XX, como el existencialismo de Sartre y compañía. Importante Pirandello, pero poco leído: es una suerte de hito moderno, otro lugar común. Yo me había enterado que el autor siciliano había escrito más de 350 cuentos, la mayoría de los cuales asumían por escenario su querida isla natal. Doctor en filología, su especialidad consistía precisamente en el estudio de los dialectos de Sicilia.
Su cuentística temprana estuvo marcada por el realismo, del cual no se apartaría, enfoque que comparte con la mayoría de sus novelas, entre ellas la más célebre: El difunto Matías Pascal (1904), aunque con un toque fantástico que sería su marca. Sus influencias anotadas fueron las de autores veristas italianos del siglo XIX, como Luigi Capuana y Giovanni Verga. Varios volúmenes de relatos fueron producidos con este enfoque, con títulos significativos: Amores sin amor (1894), Befas de la muerte y de la vida (1902), Cuando estaba loco (1903), La trampa (1915)… Pirandello seguiría fiel al género de la narrativa corta, publicando nuevos volúmenes de cuentos en los años 20 y 30, mientras desarrollaba su exitosa carrera como dramaturgo. Las biografías señalan sus incursiones en la política contingente, concretamente su adhesión al fascismo en la corriente regional siciliana. Mussolini llegó a apoyarlo para impulsar el desarrollo teatral en Roma; pero luego perdió los favores del poder, sobre todo cuando se opuso públicamente a la invasión de Etiopía.
Pero lo excepcional para mí radicaba en su acariciado proyecto de madurez, al que Pirandello dio el título de Cuentos para un año. Su intención era ofrecer a sus lectores un libro con 365 cuentos, uno por cada día del año, combinando nuevos relatos y otros antiguos pulidos o reescritos, algunos en italiano y otros en dialecto siciliano. Su muerte le impidió completar el proyecto, pero llegó a juntar 241 cuentos. Sólo se publicó integralmente veinte años después de su muerte.
Una obsesión germinó y se enquistó en mi mente: ¿cómo conseguir ese libro? Lo busqué por muchos lugares. Sin desesperación, claro, los lectores fanáticos sabemos que hay mucho donde pastorear en los feraces suelos de la narrativa. Pero no tuve suerte por años, hasta que en alguna visita a una enorme librería en México, lo tuve ante mis ojos.
Supe que me estaba esperando. Lo abracé y creo que lo besé. Luego, caminando de lado como un delincuente, con el grueso y pesado libro aferrado al cuerpo, me acerqué a pagar y llevármelo sin siquiera mirar los demás libros. Seguro que algunos lectores medio fetichistas me entenderán. Se trata, por cierto, de una edición universitaria, nada convencional, con estudios y notas, más un trabajo de traducción consciente y cuidadoso, aunque ajeno a cualquier pesadez académica. Un trabajo sin propósito mercantil y bastante meritorio, si de maniqueísmo libro-obra se trata.
En el marco del debate literario de la época en Italia, Pirandello se fue apartando del verismo estricto de sus mayores, al considerar que el humorismo y la fantasía, como efectos distorsionantes y a menudo demoledores de las convenciones realistas, eran ingredientes cardinales para acercarse más eficazmente a la fisicidad de la gente y de las cosas, aspecto este último clave para el autor. También se alejó del preciosismo estetizante que propugnaban autores altamente influyentes como D’Annunzio. Todo esto se halla en los Cuentos para un año. Es una visión cercana a su dramaturgia, donde la aniquilación de la realidad como una ilusión, la imposibilidad de conocer la verdad o el absurdo de la acción, son rasgos de la existencia humana. En sus cuentos hay una cercanía a los personajes populares que da a esta visión nihilista un atractivo particular; aunque no por eso menos desencantado y pesimista. El mayor interés de esta recopilación radica precisamente en la riqueza de registros del Pirandello cuentista, desde el verismo al cuento filosófico, desde la fantasía absurda a la crónica de costumbres.
No hay plan estricto en los Cuentos para un año. No hay tampoco un hablante único, sólo una sucesión fortuita (como el mismo número 365) de penas y sufrimientos diarios, trascritos tal cual, algunos en primera persona, otros en tercera, algunos largos y otros cortos, algunos puro diálogo (como piezas de teatro), otros prolongados monólogos.
Son trozos de vida, “pequeños espejos” según el autor, unidos sólo por el desorden del transcurrir del tiempo. Y cuando hay humorismo, no es gracioso ni divertido, sino doblemente trágico. Sus personajes están lejos de ser entes abstractos, tienen a veces más vida, son “consistentes y más reales que los hombres que respiran y visten ropa”, como quería su autor; a menudo no trepidan en dialogar con el lector.
Alguna vez escribió Luigi Pirandello: “soy hijo del Caos, y no alegóricamente, porque he nacido en una parte de nuestra campiña que se encuentra en el interior de un intrincado bosque denominado en dialecto Cavasu por los habitantes de Agrigento, corrupción dialectal del genuino y antiguo vocablo griego Kaos". Sepan los aficionados a la novela negra, que el gran maestro Andrea Camilleri, también siciliano y creador del comisario Montalbano, la máxima estrella contemporánea del género, escribió una biografía del autor de Cuentos para un año, motivado por su admiración y que tituló: Biografía del hijo cambiado. La novela de la vida de Luigi Pirandello. Pues tiene razón Camilleri al usar la metáfora de la cuna equivocada (el príncipe y el mendigo).
Efectivamente, si algo podemos extraer del legado de este autor fundamental, es que todos vivimos vidas que no queremos vivir, y andamos deambulando por la tierra en busca del autor que pudiera darnos otra vida mejor; o devolvernos la que nos correspondía y que un golpe de azar nos arrebató. ¿No es así?
He notado que es un lugar común de críticos snobs, de profesores infectados por Marcuse, de estudiantes alérgicos al postmodernismo (sobre todo cuando no logran entender de qué trata eso), o de lectores con sentimiento de culpa (ética o política), el pensar que el libro en sí, esa cosa física formada por papel guillotinado, pegamento, hilo y tinta impresa, en suma, el libro como objeto que tenemos en las manos al momento de leer, objeto único y múltiple a la vez, no es la literatura… Hay cierta tendencia a discurrir que se debe diferenciar, para ser correcto, entre el producto comercial (el libro) y su contenido (la obra); lo primero, el material, es despreciable, lo segundo, el espíritu, es lo apreciable. Suena similar a lo que predican las religiones monoteístas contemporáneas: el cuerpo como una envoltura perecible, el alma como lo único “verdadero”, aquello cercano a la divinidad.
Tal especulación un tanto incoherente me vino a la cabeza para explicar como llegué a encontrar ese tesoro narrativo que constituyen los cuentos del italiano Luigi Pirandello (1867-1936), Premio Nóbel en 1934, bien conocido por su obra teatral Seis personajes en busca de autor (1921), un antecedente del teatro del absurdo (Ionesco, Beckett, Genet) y otras vanguardias del siglo XX, como el existencialismo de Sartre y compañía. Importante Pirandello, pero poco leído: es una suerte de hito moderno, otro lugar común. Yo me había enterado que el autor siciliano había escrito más de 350 cuentos, la mayoría de los cuales asumían por escenario su querida isla natal. Doctor en filología, su especialidad consistía precisamente en el estudio de los dialectos de Sicilia.
Su cuentística temprana estuvo marcada por el realismo, del cual no se apartaría, enfoque que comparte con la mayoría de sus novelas, entre ellas la más célebre: El difunto Matías Pascal (1904), aunque con un toque fantástico que sería su marca. Sus influencias anotadas fueron las de autores veristas italianos del siglo XIX, como Luigi Capuana y Giovanni Verga. Varios volúmenes de relatos fueron producidos con este enfoque, con títulos significativos: Amores sin amor (1894), Befas de la muerte y de la vida (1902), Cuando estaba loco (1903), La trampa (1915)… Pirandello seguiría fiel al género de la narrativa corta, publicando nuevos volúmenes de cuentos en los años 20 y 30, mientras desarrollaba su exitosa carrera como dramaturgo. Las biografías señalan sus incursiones en la política contingente, concretamente su adhesión al fascismo en la corriente regional siciliana. Mussolini llegó a apoyarlo para impulsar el desarrollo teatral en Roma; pero luego perdió los favores del poder, sobre todo cuando se opuso públicamente a la invasión de Etiopía.
Pero lo excepcional para mí radicaba en su acariciado proyecto de madurez, al que Pirandello dio el título de Cuentos para un año. Su intención era ofrecer a sus lectores un libro con 365 cuentos, uno por cada día del año, combinando nuevos relatos y otros antiguos pulidos o reescritos, algunos en italiano y otros en dialecto siciliano. Su muerte le impidió completar el proyecto, pero llegó a juntar 241 cuentos. Sólo se publicó integralmente veinte años después de su muerte.
Una obsesión germinó y se enquistó en mi mente: ¿cómo conseguir ese libro? Lo busqué por muchos lugares. Sin desesperación, claro, los lectores fanáticos sabemos que hay mucho donde pastorear en los feraces suelos de la narrativa. Pero no tuve suerte por años, hasta que en alguna visita a una enorme librería en México, lo tuve ante mis ojos.
Supe que me estaba esperando. Lo abracé y creo que lo besé. Luego, caminando de lado como un delincuente, con el grueso y pesado libro aferrado al cuerpo, me acerqué a pagar y llevármelo sin siquiera mirar los demás libros. Seguro que algunos lectores medio fetichistas me entenderán. Se trata, por cierto, de una edición universitaria, nada convencional, con estudios y notas, más un trabajo de traducción consciente y cuidadoso, aunque ajeno a cualquier pesadez académica. Un trabajo sin propósito mercantil y bastante meritorio, si de maniqueísmo libro-obra se trata.
En el marco del debate literario de la época en Italia, Pirandello se fue apartando del verismo estricto de sus mayores, al considerar que el humorismo y la fantasía, como efectos distorsionantes y a menudo demoledores de las convenciones realistas, eran ingredientes cardinales para acercarse más eficazmente a la fisicidad de la gente y de las cosas, aspecto este último clave para el autor. También se alejó del preciosismo estetizante que propugnaban autores altamente influyentes como D’Annunzio. Todo esto se halla en los Cuentos para un año. Es una visión cercana a su dramaturgia, donde la aniquilación de la realidad como una ilusión, la imposibilidad de conocer la verdad o el absurdo de la acción, son rasgos de la existencia humana. En sus cuentos hay una cercanía a los personajes populares que da a esta visión nihilista un atractivo particular; aunque no por eso menos desencantado y pesimista. El mayor interés de esta recopilación radica precisamente en la riqueza de registros del Pirandello cuentista, desde el verismo al cuento filosófico, desde la fantasía absurda a la crónica de costumbres.
No hay plan estricto en los Cuentos para un año. No hay tampoco un hablante único, sólo una sucesión fortuita (como el mismo número 365) de penas y sufrimientos diarios, trascritos tal cual, algunos en primera persona, otros en tercera, algunos largos y otros cortos, algunos puro diálogo (como piezas de teatro), otros prolongados monólogos.
Son trozos de vida, “pequeños espejos” según el autor, unidos sólo por el desorden del transcurrir del tiempo. Y cuando hay humorismo, no es gracioso ni divertido, sino doblemente trágico. Sus personajes están lejos de ser entes abstractos, tienen a veces más vida, son “consistentes y más reales que los hombres que respiran y visten ropa”, como quería su autor; a menudo no trepidan en dialogar con el lector.
Alguna vez escribió Luigi Pirandello: “soy hijo del Caos, y no alegóricamente, porque he nacido en una parte de nuestra campiña que se encuentra en el interior de un intrincado bosque denominado en dialecto Cavasu por los habitantes de Agrigento, corrupción dialectal del genuino y antiguo vocablo griego Kaos". Sepan los aficionados a la novela negra, que el gran maestro Andrea Camilleri, también siciliano y creador del comisario Montalbano, la máxima estrella contemporánea del género, escribió una biografía del autor de Cuentos para un año, motivado por su admiración y que tituló: Biografía del hijo cambiado. La novela de la vida de Luigi Pirandello. Pues tiene razón Camilleri al usar la metáfora de la cuna equivocada (el príncipe y el mendigo).
Efectivamente, si algo podemos extraer del legado de este autor fundamental, es que todos vivimos vidas que no queremos vivir, y andamos deambulando por la tierra en busca del autor que pudiera darnos otra vida mejor; o devolvernos la que nos correspondía y que un golpe de azar nos arrebató. ¿No es así?