martes, 17 de marzo de 2009

El hereje Galileo retoma Florencia


Cuando se cumplen 400 años de los descubrimientos del científico italiano, una magna muestra recorre la idea del universo a través de la historia de Europa
MIGUEL MORA
EL PAÍS
Fue perseguido, procesado y condenado a no ejercer la ciencia. La Inquisición consideró que sus teorías sobre el sistema del mundo eran "vehementemente sospechosas de herejía" y le encerró en una casa durante años. "Abjuro, detesto y maldigo", clamó Galileo en 1633 para intentar salvar el pellejo. Ironía fatal, murió ciego y sin poder dedicarse a lo que le apasionaba, los planetas, las estrellas, los cometas. Los papas prohibieron sus obras en Italia. Tuvo que pasar mucho tiempo para que Galilei (Pisa, 1564-Florencia, 1642), y con él Copérnico, acabaran ganando la batalla de la razón.
Contemporáneo de Cervantes y de Shakespeare, armado con un telescopio flaco, animado por su carácter de hierro y soñando siempre gracias a una imaginación propia de un artista, el astrónomo barbudo de mirada locoide acercó al hombre a las estrellas alargando el dedo índice. Esa reliquia se expone desde ayer en el Palazzo Strozzi de Florencia junto a otras 250 piezas entre las que hay instrumentos, frescos, tapices, esculturas, libros, maravillosos artefactos y dibujos cosmológicos. Todo un fascinante viaje por el tiempo, el arte, la ciencia y el espacio que estará abierto hasta el 30 de agosto.
Aunque en la muestra se indica que lo que se expone es el dedo corazón de Galileo, parece más una ironía italiana que una evidencia. Largo y fino, se trata claramente de un índice. Además, no tendría sentido apuntar a la Luna, tampoco en aquella época, con lo que los mexicanos llaman el dedo de la grosería. O quizá, bien mirado, sí, porque el asunto consistía sobre todo en defender la libertad de pensamiento contra el fanatismo.
En cualquier caso, se dice que el dedo, que no anda falto de carne, le fue cortado al cadáver de Galileo por un propio llamado Gori, junto a otras dos falanges, un diente y una vértebra, tal día como hoy en 1737, cuando su cuerpo iba a ser trasladado desde el sótano de la Torre de la Basílica de la Santa Cruz hasta un sepulcro monumental erigido en su honor en San Cosme y San Damián. El dedo venerable está hoy en el Museo de Historia de la Ciencia de la ciudad.
La idea de hacer una exposición homenaje en el lugar donde el científico vivió, murió y estuvo preso es, precisamente, del director de ese museo, Paolo Galluzzi. Galileo, Imágenes del universo, de la antigüedad al telescopio festeja el 400 aniversario de sus descubrimientos con piezas donadas por los mejores museos del mundo de artistas como Rubens, Boticelli, Guercino o Durero.
El hombre y las estrellas siempre vivieron juntos, pero la historia de la representación del cosmos que propone el Palazzo Strozzi empieza en Mesopotamia y Egipto. Un sarcófago del año 700 antes de Cristo revela la imagen de una hermosa señora con una pelota achatada sobre la cabeza: es Nut, la diosa del Cielo, sosteniendo una esfera terrestre.
El paseo arranca al pie de la escultura romana titulada Atlante Farnese, continúa por la Grecia clásica que desarrolla la idea del globo terráqueo (viajando hasta las alegorías de Brueghel el Joven), salta al periodo helenístico y enseña el concepto geométrico de Tolomeo con frescos traídos desde Pompeya y mapas y manuscritos originales; dedica tres secciones al islam, con una espectacular colección de astrolabios, relojes solares, calendarios e imágenes de los husos del globo celeste.
Cuando el paseante llega a la Evangelización del Cosmos, encuentra una pieza impresionante, el monumental tapiz astronómico de Toledo, de mitad del siglo XV, que procede del Museo de Santa Cruz.
En la sección dedicada al Renacimiento Astronómico, los protagonistas son Copérnico y sus tesis heliocéntricas y Tycho Brahe. La muestra se asoma entonces al miedo y la esperanza, bucea en las relaciones entre astrología y astronomía, la música y la medicina, la superstición y la formación del carácter, la agria melancolía vinculada al planeta Saturno, que ejemplifica el grabado de Durero Melancolía.
Y por fin llegamos a Galileo. Ahí están sus instrumentos originales, el telescopio y el catalejo (los únicos que se conservan), y las lentes, y los maravillosos dibujos de la Luna que hizo mirando a través de ellos y que parecen esculpidos en el papel.
La belleza y el ingenio de su mirada, su perspicacia y sus visiones ("he visto algo que nadie ha visto antes, Saturno no es una estrella sino tres"), y su comprensible terror ante los brutales ataques de la Inquisición, que en 1633 prohibió su mejor obra, el Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, y decidió que la teoría heliocéntrica era contraria a las Sagradas Escrituras...
Todo eso queda perfectamente reflejado en la acumulación de cuadros, facsímiles, libros, decretos. Pero la memoria guarda mejor que otras cosas el maravilloso retrato en fondo azul que Ottavio Leoni le hizo a Galileo en 1624. Y las palabras que le salvaron de la hoguera: "Abjuro, detesto y maldigo". Pese a ello, 400 años después, el pasado 14 de febrero, el Vaticano celebró la primera misa en su honor.