domingo, 9 de mayo de 2010

El Voltaire de Sicilia


04-05-2010
Belcore abre una nueva polémica: “no hay un Leonardo Sciascia argentino”, dice.
Por Guillermo Belcore.
Fue una de las guerras más espeluznantes que los hombres hayan conocido. Enfurecidos porque Zeus había confinado a sus hermanos, los Titanes, en el Tártaro, veinticuatro colosos con cabellos y barbas enmarañados y colas de serpiente en lugar de pies atacaron el Olimpo. Eran hijos de la Madre Tierra, afirma Apolodoro. La rebelión de los gigantes fue sofocada no sin esfuerzo y dolor. La actuación de Hércules -tal como Hera había profetizado- resultó decisiva. En el fragor de la batalla, la diosa Palas Atenea lanzó un enorme proyectil contra Encélado; el gigante murió aplastado y se convirtió en la isla de Sicilia. Este es el origen de la tierra de la mafia y los grandes escritores.
En Sicilia, en efecto, no solo nació la Cosa Nostra. También fueron engendrados dos premios Nobel de Literatura (Salvatore Quasimodo y Luigi Pirandello) y, acaso, el mejor estilista de la narrativa italiana (Giuseppe Tomasi di Lampedusa). Han honrado a las bellas letras, además, Gesualdo Bufalino, Giovanni Verga y Andrea Camilleri. Pero hoy deseo recomendar la lectura de otro siciliano ilustrísimo, la gran conciencia ética de Italia, un intelectual genuino de extraordinaria coherencia. Y, por encima de todo, un literato magnífico. Me refiero, obviamente, a Leonardo Sciascia (Racamulto 1921-1989).
Sciascia es otro amor perdurable. Lo conocí allá por los ochenta y desde entonces sufro bulimia lectora: trato de absorber todo lo suyo que llega al español. Tengo en casa -en el estante de la buena narrativa europea- siete de sus obras publicadas por Bruguera (algún día deberé escribir un homenaje a la colección Libro Amigo), y otras dos novelas rescatadas por Túsquets. Loados sean los dioses: el diario La Prensa me acaba de entregar para el comentario dominical El teatro de la memoria, una aguda reflexión de Sciascia sobre un caso judicial que apasionó a los italianos durante la era fascista y que Pirandello convirtió en obra de teatro (’Como tu me quieres’).
Aún estoy muy lejos de agotar su espléndido repertorio. En la adultez, el genial siciliano escribió cuarenta y tres libros, uno por año prácticamente. Se ha dicho que toda su producción se confina por tres directrices ‘manzonianas‘: del lado de la verdad, del lado de la justicia, del lado de los humildes. Su prosa es transparente, irónica y muy culta. Ha denunciado al hampa, la podredumbre política, las imposturas eclesiales y el conformismo social sin que se rebajara un gramo su eficacia narrativa. Sciascia es uno de los raros casos donde el más elevado compromiso cívico se expresa en términos artísticos. Es decir, donde la forma y el fondo de la escritura muestran una calidad alta y pareja.
Escribo estas líneas un sábado por la noche. Pienso, algo amargado, ¡qué falta le haría a la Patria un Sciascia, una irreprochable voz moral! No se me ocurre ningún intelectual argentino no partidista con semejante producción estética y con similar nivel de inteligencia política. ¿Rodolfo Walsh? Sí, claro, fue también un escritor de primera línea, pero el italiano abominó siempre de la violencia como medio para resolver conflictos y nunca colaboró con los autoritarios. Por eso, hasta los gánsters lo respetaban.